Nota publicada en el diario "El Mercurio" de Chile el 18 de noviembre del 2011
Desde La Casa Verde
David Gallagher
Viernes 18 de noviembre del 2011
La Casa Verde está en la calle Dasso, en el barrio de San Isidro de
Lima. A diferencia de su homónima de Piura, inmortalizada por Mario
Vargas Llosa, no ofrece servicios para aplacar deseos varoniles. Por lo
menos no esos, pienso, al visitarla durante un memorable fin de semana
en Lima. Porque la Casa Verde es una librería. No una que se especialice
en best-sellers o textos de autoayuda, sino en novelas literarias y
libros de filosofía, historia, arte y poesía. Es de esas librerías
exquisitas, sofisticadas y cada vez más escasas, en que la selección de
libros es en sí una obra de arte. Al recorrerla, uno se angustia, casi,
ante la imposible diversidad de lecturas estimulantes que ofrece. Tantos
de estos libros ya no los leeré nunca, pienso, con resignada nostalgia,
al hojear una antología de poesía persa. Lo que no puedo dejar de
comprar es una traducción de los cantos épicos rusos, esas gestas
medievales que casi nadie conoce en Occidente, que hablan de caballeros
cristianos luchando con ayuda del más allá contra tártaros, cuando no
contra dragones. No sospechaba que existiera siquiera una traducción al
español. Tiene que ser aquí, en la Casa Verde, que la descubro.
La Casa Verde es un símbolo de la creciente sofisticación de Lima. Lo
son también, claro, sus finísimos restaurantes, su arquitectura, sus
museos. Entre estos me invitan, con mi familia, a visitar uno que
todavía no se abre, el Museo Metropolitano de Lima. Situado a un costado
del Parque de la Exposición, en un contundente edificio de hacia 1930,
el museo ha sido concebido por el cineasta Luis Llosa para narrar la
historia de la ciudad, desde sus orígenes geológicos hasta ahora, en un
lenguaje audiovisual de alta tecnología. Éste no es un museo de objetos,
entonces, sino de voces y de proyecciones, y como tal entiendo que es
único en el mundo.
Cuando llegamos nos acoge la voz majestuosa de Juan Diego Flórez,
cantando "Lima de veras", de Chabuca Granda. No sólo oímos a Flórez: lo
vemos proyectado y agigantado en la cúpula rectangular del museo, y si
queremos evitar que nos duela el cuello, lo vemos a la vez abajo, donde
su figura está reflejada en un enorme espejo. Pronto estamos en la
oficina de Ricardo Palma, el autor de las "Tradiciones peruanas". De la
nada, él se materializa, y nos da la bienvenida. En realidad no es ni él
ni su espectro, sino un holograma creado por reflexión. De allí
proseguimos, de una sala a otra, viendo imágenes, sean planas u
holográficas, en pantallas gigantes de 180 grados, en 3-D, o proyectadas
sobre espacios físicos, en que se reproducen calles virreinales,
interiores de palacios, salas de tortura de la Inquisición, o las cuevas
de los primeros habitantes. En un pequeño auditorio, nos sentamos a
presenciar en 3-D el terrible terremoto de 1746. Los asientos se agitan,
como en un terremoto de verdad. No sería mala idea contar con un museo
así en Santiago, pienso, uno que eduque y entretenga a los niños que
nunca dejamos de ser, ni a la tercera y última edad.
Volví de Lima contento, pero preocupado, porque, cumplidos sus 100
primeros días, todavía no está muy claro el rumbo del gobierno. La
extrema izquierda, que apoyó al primer Humala, el que llamaba a repudiar
los contratos de inversión extranjera y a escoger "entre el oro y el
agua", ahora desafía a ese segundo Humala que optó por el crecimiento
con equidad. Sobre todo, lo desafía en temas mineros. Mientras Humala
alentaba a los inversionistas en la APEC, sus ex aliados bloqueaban
caminos para impedir el acceso a minas, y el gobierno reaccionaba con
peligrosa indecisión. Felizmente, desde que volvió a Lima, Humala se ha
puesto firme con los agitadores y ha tranquilizado mucho a las empresas.